sábado, 16 de junio de 2007

El regalo más extraño

El miércoles tuve mis últimas clases en el Instituto hasta agosto y uno de los grupos me regaló un ramo de flores. No sé si en España se le regalaría un ramo de flores a un profesor, pero aquí no me sorprende, puesto que regalan muchísimas más flores que nosotros. Era un ramo bien bien bonito, de calas blancas y otra flor violácea cuyo nombre desconozco. El día de la fiesta de cumpleaños también llené la casa con ramos de flores: calas, rosas,... incluso hasta recibí un ramo que un amigo había hecho él mismo con flores que había recogido en el campo en su pueblo ese día. Me gustó mucho, aunque no dejo de admitir que fueron regalos que me sorprendieron, puesto que yo nunca llegaría en España a una fiesta de cumpleaños con semejante regalo.

El caso es que hoy no quiero hablar de flores, sino del regalo más extraño que he recibido jamás. Al finalizar la clase del miércoles, se me acercó una de las alumnas y me regaló una entrada para asistir a una función de teatro que tendrá lugar el lunes por la noche y en la que ella actuará como protagonista. La verdad es que me hizo mucha ilusión y, aunque me entere de poco, allí estaré. Hasta ahí más o menos normal. La gran sorpresa llegó cuando se me acercó Mira. Mira es una señora bastante mayor; tiene 82 años y a esa edad ha decidido empezar a estudiar español. Debo reconocer que al comienzo pensé: "¿Y qué va a hacer esta mujer aquí?... Seguro que en dos días no vuelve". Pero me equivoqué. Si bien es cierto que necesita un ritmo más lento que el resto, es la estudiante con más tesón que he tenido jamás. Cualquier cosa que enseñara un día, la traía aprendida al día siguiente. Durante las clases intentaba participar en lo que podía, pero a la hora y media se empezaba a rendir, argumentando que la cabeza no le daba para más. Y no me extraña.

Sin embargo, que estudie español a sus 82 años no me resulta nada sorprendente después de saber que a los 72 decidió aprender a jugar al tenis y lleva todo este tiempo yendo a jugar 3 veces por semana. Alucino. Yo también quiero ser así algún día: tener esa vitalidad, estar tan fuerte mental y físicamente, tener esa mentalidad tan abierta, ser tan receptiva a pesar de tus años... Y siempre tan amable, con esa sonrisa en la boca, transmitiendo esa paz, esa tranquilidad... No sé por qué, pero esta señora ha tenido que tener una vida interesante: hace pocos días me contó que había estado viviendo en Libia. Es dentista (y no digo fue porque sigue ejerciendo, como profesional apasionada de su trabajo) y estuvo trabajando allí durante 3 años. Lo descubrí a través de una de las actividades que tienen que hacer y que consiste en explicar las lenguas que saben y cómo las han aprendido. Además, ha visitado un montón de países y acabo de descubrir hace escasos momentos corrigiendo uno de sus escritos que tiene un estudio en Santa Cruz de Tenerife y le encantan Las Islas Canarias.

El caso (y volviendo a lo que había empezado a contar) es que el miércoles, al término de la clase, se me acercó y me dijo: "Àngels, estoy muy contenta con el curso y me gustaría hacerle un regalo (como buena serbia y señora de sus años, no se puede hacer el ánimo de tutearme)". Yo me puse un poco roja y sin saber muy bien cómo afrontar la situación, como siempre que me sucede algo así, aunque no me pareció nada extraño tampoco. Sin embargo, los ojos se me debieron poner como platos cuando me dijo que quería revisarme los dientes, que por favor acudiera a su consulta. Me quedé descolocada, si bien me parece que puede tener cierta lógica el regalo :) Sin saber cómo salir del paso, se lo agradecí y me excusé diciendo que ahora me voy a España y que a la vuelta, la llamaré. La verdad es que no sé si la llamaré o no. Mal no me viene tener una persona de confianza, puesto que un dolor de muelas no es especialmente agradable, pero os juro que todavía no salgo de mi asombro, sobre todo, cada vez que abro mi cartera y veo la tarjeta de visita :)

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