jueves, 29 de marzo de 2007

De azul casi negro a naranja rojo casi claro

Hacía tiempo, años diría yo, que no oía diluviar como he oido diluviar esta noche. Hacía mucho tiempo que no vivía en una casa donde se escuchase la lluvia y la sensación es relajante a más no poder. Me he dado cuenta de que la echaba de menos. A pesar de que estos días ha llovido constantemente, anoche empezó a llover con una constancia y cantidades considerables, casi hasta sorprendentes, y ha durado hasta hoy a mediodía. Esta mañana he intentado ir a hacer un par de cosas al pueblo, pero ha sido imposible: sin coche, con viento y con lluvia he preferido quedarme en casa para evitar volver empapada y acabar pillando algún resfriado, siempre matador en estas épocas del año. La cuestión es que ya daba por perdidos mis días en casa, que han sido de eso, "de estar en casa", porque el tiempo no ha ayudado a nada a llevar a cabo mis planes de paseo y playa a los que venía dispuesta. Sin embargo, esta tarde-noche, alrededor de las 7, ya cuando el día se despedía, se ha desencapotado el cielo y ha terminado saliendo el sol y saliendo a dar un paseo hemos terminado mi madre y yo. El resultado, éste:



miércoles, 28 de marzo de 2007

Del presente, del pasado y de otras cosas...


En primer lugar, siento haber desconectada tanto tiempo, pero es que con la semanita atareada de Belgrado (y las siguientes no quiero ni pensarlas todavía) no he tenido tiempo para nada. He estado dejando todo listo y preparando mi viajecito a España :) Sólamente el sábado tuve tiempo para escaparme un rato al cine a ver "Way to Guantanamo". Se suponía que la sesión era a las 8.30, así que nos presentamos en el cine a las 8.15. El cine, cuyo nombre ahora no recuerdo, me encantó: me recordó muchísimo a mi año de Erasmus en Tübingen, al café Haag (creo recordar que se llamaba así)... aquel que estaba detrás del Ammerschlag, en la placita, y que ofrecía sesiones de cine europeo o algo más independiente en aquella sala pequeña, junto a la cafetería.

Pues bien, este cine era del mismo estilo, aunque más cutre todavía: tiene varias salas, pero no están ni siquiera acondicionadas como salas de cine, sino que son sillas de la cafetería (algunas de mimbre, grandotas) dispuestas en filas... a modo de cine de verano pero dentro de salitas pequeñas. Otras salas, más grandes, tienen incluso las mesas puestas y después está la cafetería propiamente dicha. Bueno, el cine en general es muy cutre, pero me encantó. Así que me prometí que tenía que volver. Sobre todo, porque me quedé con ganas de ver la película, pues fui yo la encargada de mirar a qué hora la pasaban y lo consulté en internet: 8.30. Cual fue nuestra sorpresa al llegar y ver que el pase había sido a las 19.00. ¡Qué vergüenza! Pero bueno, ya me advirtió Marko de que no se puede confiar en las páginas webs belgradenses, que hay que acudir al periódico del día para mayor seguridad... ¡Quién lo iba a imaginarrrr!

Y el domingo, tras levantarme a las 7 por los nervios que tenía por el cambio de hora, preparé las maletas e historias y salí a tomar un café con las vecinas a la Plaza de la República, en las famosas terrazas, pijas donde las haya, pero agradables de vez en cuando. Y es que cada día paso por allí y veo a los serbios disfrutando del sol, de la buena temperatura, de sus cafés, del ambiente... mientras yo me dispongo a correr, apresurándome para llegar a tiempo a clase. Así que el domingo, que hacía un día espléndido, aprovechamos. Aquí os dejo a mi querida Bojana:





Y tras ese café, pues salí escopetada para el aeropuerto: me esperaba un vuelo Belgrado-Milan-Valencia. En total, 6 horas, que pensé que pasarían rápido, pero que me resultaron eteeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeernas. ¡Qué frío había en esos malditos aviones y qué impuntuales que son los italianos! Y es que cada vez me prometo que no voy a volar con ellos y al final, por cuestiones de horarios e historias, acabo repitiendo. Además, en Milán el tiempo ya empezaba a ser premonitorio de lo que me iba a acabar encontrando en Valencia: estaba el día oscuro, gris, denso, y llovía a cántaros. Y para colmo, no nos empalmaron el avión con un finger a la terminal, sino que nos pusieron autobuses y todo el mundo corriendo para poder meterse. Pero bueno, la cuestión es que al final llegué: congelada, pero llegué.

Ahora llevo un par de días en casa, en Valencia y los días siguen grises, lluviosos...


y yo que venía con el ánimo no sólo de descansar, sino también de disfrutar del sol, del mar, del aire libre, de coger energías hasta septiembre... De aspirar profundamente por la noche cuando los verdes campos que rodean el pueblo rezuman olor de azahar… Esta época me recuerda a esas noches de primavera de hace ya un montón de años, cuando llegaba andando (casi corriendo, diría yo, por el miedo que me invadía) a mi casa de casa de alguna de mis amigas, de jugar toda la tarde, y tenía que atravesar toda la calle llena de naranjos. No es que fuese mucho trecho; probablemente, unos 100 m., pero casi a oscuras, y en su momento me parecían una eternidad. Jamás entendí por qué mis padres habían elegido vivir tan “lejos” del pueblo, de mis amigas… De hecho, yo era la única que vivía “en la otra parte de río”. Años después, sin embargo, lo agradezco: es mucho más bonita, más verde, y con mayor olor de azahar en tiempos primaverales que es, de hecho, el olor nostálgico que me invadía el día que le di nombre a este blog. Pero no únicamente de nostalgia se trata la cosa, sino también de su belleza: es una flor simple, pero con encanto. Y para los que dudéis o no la conozcáis, aquí os mando una muestra:



Y es que con los naranjos siempre he mantenido yo una relación de amor-odio. Si bien siempre me encantó su flor, me encantó ver los árboles cargados de flor en primavera y naranjas en otoño, me gustó identificar Valencia con esta fruta, cuyo color me apasiona y es, junto con el verde, los colores que creo que mejor me sientan a la hora de vestir, hace muchos años le declaré la guerra y me opuse a comer naranjas, por muy dulces que estuvieran. Para mí, estaban siempre ácidas, siempre traían problemas de estómago, y eran pringosas. A todo esto, había que sumar la insistencia de mi padre, amante de las naranjas donde las haya, y el hecho de que todo el mundo coma naranjas en esta época del año y prácticamente sólo encuentres naranjas en los fruteros valencianos de octubre a abril. Era, en cierto modo, también un poco de rebeldía.


Pues bien, años después, a 4.000 kilómetros de distancia, me he sorprendido a mí misma saboreándolas, aunque haga traición a la patria y las únicas que pueda comer procedan de Grecia o Turquía. De hecho, esta semana tenía el frutero a rebosar y pensaba: “Esto es pa’echar una foto y mandarla porque si lo cuento así, tal cual, no me van a creer. Y justamente anoche, tras la cena, el comentario de mi madre al ver que me pelaba (un verdadero esfuerzo para mí cuando tengo a mi mamita al lado que me pela la fruta siempre :)) y comía una naranja: “Ver para creer”.

martes, 13 de marzo de 2007

Patucos

Los que me conozcáis un poco más sabréis mi mania de andar siempre (o casi) siempre descalza. No sé por qué, pero es como si los zapatos me diesen alergia en cuantro cruzo la puerta de casa, sobre todo, en verano, temporada en que mis pares de zapatos pueden verse repartidos por toda la casa. Soy un desastre para eso, lo sé.

Pero en días de invierno, y sobre todo, en días de resfriado como hoy, en lugar de andar descalza suelo llevar mis "patucos" ("peücs", en catalán, palabra que me suena más familiar). Ya de pequeña me encantaban y, tras muchos años de ausencia, los volví a recuperar en Serbia, donde las zapatillas de andar por casa suelen tener unos colores, dibujitos y formas hortera a más no poder. Tras buscar y buscar y buscar, acabé comprando unos patucos de lana que vendían en el mercado y me reenamoré en esta prenda que me recuerda a mi infancia. Pero a comienzos de diciembre pasado, dichos patucos se estropearon; se agujerearon, más bien. Así que tuve que buscar otra solución, y acabé comprándome unas bailarinas fuxia en Atenas. Son bonitas, pero no son lo mismo... En cierto modo, echaba de menos mis patucos.


Pero esta noche, mis pies vuelven a sonreir: Ivan me ha regalado unos popke que su abuela me ha hecho. Son de lana gruesa y llevan mi color favorito para vestir: el verde. Así que ha dado en el clavo... Simplemente, me encantan :)

lunes, 12 de marzo de 2007

¿Qué llevar en cada situación?

Este domingo lo he pasado en casa porque no me encontraba bien. Hace un par de días me resfrié y hoy me ha salido todo: creo que ha sido una mezcla de cansancio y resfriado que ha acabado en todo un día echada en la cama y en el sofá, con el pijama, mi bolsa de agua caliente y pocas ganas de salir. Además del dolor de garganta y de la mucosidad, tenía un par de grados de fiebre, con lo cual he estado con dolor de espalda todo el día.

Esta tarde había quedado para tomar café con dos amigos, pero a las 19.30 les he llamado para decirles que no me encontraba en condiciones. Les he ofrecido el venir a casa si les apetecía y han aceptado. Han llegado una hora más tarde, a las 20.30, cargados: en una bolsa, dulces que Verica había preparado; en la otra, naranjas.

Pero no ha sido hasta que la vecina ha entrado un poco más tarde, sobre las 21, cuando me he percatado del detalle: también ella venía cargada con fruta: kiwis, naranjas y limones. Y es que en Serbia, cuando alguien está enfermo y se le visita (sea en casa o en el hospital), se le lleva fruta. Ha sido entonces cuando me he acordado de que los estudiantes me lo habían explicado un día en un intercambio cultural de "regalos" que tuvimos. Recuerdo que me sorprendió en el primer momento, pero la verdad es que tiene su lógica. ¿Qué mejor cosa que fruta fresca, natural, cuando estás enfermo?

Y es que unos de los regalos más frecuentes en Serbia suelen ser la fruta, para los enfermos, y las flores. Pero cuidado porque éstas tienen "truco". Si las llevas a una comida o a una visita, debes pedirlas siempre impares. En cambio, las llevas siempre pares al cementerio. No es que compre flores para regalar con frecuencia, pero estoy segura que de haberlas comprado, lo hubiese hecho con un número par... es como que me pega más para un ramo.

Y, por supuesto, también los dulces son un presente habitual, frecuentemente acompañadas de un paquete de café, que llevas cuando estás invitado a comer a algún lugar y que, curiosamente, se suele tomar antes de la comida principal, a fin de abrir el apetito; como la cazalla, vamos. Debo reconocer que antes me parecía un orden totalmente ilógico, inconcebible, como que el café (más bien en mi caso, chocolate caliente y o té) no me entraba si no era después de un plato principal, costumbre que, debo admitir, ha ido cambiando con el tiempo. Y es que creo que lo serbio me va invadiendo el cuerpo cada día que pasa... ¡Qué miedo!

domingo, 11 de marzo de 2007

De punta a punta de mundo...

Esta semana he recorrido el mundo entero, he escuchado mil y un idiomas diferentes, he disfrutado, me he emocionado... Y todo gracias a la música y a su gran poder de crear vivencias, potenciar la imaginación, abrir ventanas,... La cosa empezó porque cuando estuve en Berlín mi querida amiga Iggena me grabó algunas cosas de la chançon y anduve ampliando el repertorio sobre Piaf y Moustaki. Curiosamente, esta misma semana, mi querida Iggena ha publicado una entrada en su blog acerca el concierto que este griego-francés dio en la capital alemana. A todo esto, hace escasos días una alumna me pidió si podía traer a clase algo de Mercedes Sosa. Probablemente muchos de vosotros la conozcáis. Yo, en mi analfabetismo más crónico, no hasta esos momentos. Y es que el mundo de "lo español" me parece cada día que pasa más inabarcable.

Guiada por mi curiosidad, me puse a investigar. Parece ser que es una de las grandes voces de Argentina y ha colaborado con reconocidos artistas de todo el planeta. La cuestión es que, buscando, buscando, entre todas estas grandes voces que llenan el planeta desde un lado y otro del mundo, llegué hasta la conocidísima Cesaria Evora y con ella redescubrí a una mujer a quien hace unos años quise ver en el Grec de Barcelona, pero al final tontamente dejé escapar la oportunidad: Elefteria Arvanitaki. Me gustaba la música de esa mujer, pero jamás la entendí como ahora, como una extensión del rebético griego que en algunas de mis visitas al país helénico el año pasado tuve oportunidad de conocer en vivo y en directo, sentada en un lugar oscuro, rodeada de griegos bebiendo whisky que se levantaban, idos por la emoción de la música, para bailar y regar con claveles de colores a los artístas al término de la canción. El rebétiko, para quienes lo desconozcan, fueron las canciones que los griego-turcos que tuvieron que abandonar Turquía a comienzos del siglo XX y emigrar a Grecia compusieron llevados por su melancolia, su pena y su tristeza. Y como no: entre sus temas, la tristeza, el amor. Sin embargo, lo que me gusta de Arvanitaki es que le da un sabor más actual.

Pero bueno, no han sido sus canciones con sabor griego las que más he escuchado esta semana, sino, curiosamente, una canción medio en griego-medio en portugués que comparte con la mismísma Cesaria, de letra algo tristona, pero real como la vida misma, sobre todo, cuando la distancia es, por desgracia, la protagonista de nuestras vidas...

Quem mostra' bo ess caminho longe?
Quem mostra'bo ess caminho longe?
Ess caminho pa Sao Tomé
Sodade, sodade, sodade,
dess nha terra Sao Nicolau
Si bô 'screvê' me, 'm ta 'screvê be
Si bô 'squecê me, 'm ta 'squecê be
Até dia qui bô voltà
Sodade, sodade, sodade
dess nha terra Sao Nicolau

lunes, 5 de marzo de 2007

Košutnjak

Como viene siendo costumbre desde enero, los lunes o los miércoles, después de la clase de 12 a 3, salgo a comer con un grupo de estudiantes con el que, además, suelo hacer bastantes otras actividades (cine, conciertos, etc.) Hay uno de ellos, Nikola, que es amante de la buena comida y de lugares que normalmente me suelen gustar mucho: sencillos, pero con encanto. Hacía ya días que insistía en que quería llevarme a un sitio a comer, pero necesitábamos más de 3 horas. Y hoy ha sido ese día. El destino: Košutnjak, uno de los bosques más bonitos al sur de Belgrado desde el que se puede ver parte del perfil de la ciudad. Belgrado es una ciudad de dos millones, pero su extensión es enorme, y es que está construida a la baja, con montañas y bosques de por medio; y allá donde creemos que termina, comienzan a crecer nuevos barrios, nuevos bloques o casas bajas, nuevas tiendas y locales, aparecen líneas de autobús y gente, gente y más gente. Pero la zona de Košutnjak es especialmente bonita.

Hoy, como es propio del invierno, el bosque lo invadían las ramas desnudas de los árboles y el sol anaranjado, a poco tiempo de ponerse, lo atravesaba sin dificultad. Es una lástima que no tenga fotos del camino, porque fue precioso, pero la conducción de Nikola me lo impidió: parecía que íbamos haciendo rally por caminos de montaña. Al final hemos llegado a nuestro sitio: una cabañita de madera perdida en medio del bosque y desde la que se ve Belgrado. Aunque está bastante escondido, me han explicado que este lugar es conocido y en verano son frecuentes los conciertos de jazz al aire libre en un curioso anfiteatro. Y si no, juzgadlo vosotros mismos:


Un pequeño escenario rodeado de troncos... lo que no sé es si era un "minibosque" que han talado o los han dispuesto así especialmente para el anfiteatro... Más bien me decanto por esta segunda opción, aunque nunca se sabe. Si este verano me quedo al final julio y agosto en tierras balcánicas, la verdad es que no estaría nada mal ir a escuchar algún conciertillo de jazz rodeados de naturaleza mientras, al fondo, reluce Belgrado. Y en la cabañita, hemos degustado unos platos enormes de comida: yo, filete de cerdo a la brasa, acompañado con patatas y ensalada.



La verdad es que para el tremendo filete que me han servido, estaba muy tierno y delicioso. Vamos, que ha sobrado poco, porque además eran las 4.30 de la tarde y no había probado bocado desde las 7.30. Pero de los horarios serbios y la organización de las comidas ya hablaré uno de estos días, pues se organizan un tanto diferente a nosotros. Y aunque es cierto que el año pasado me costó mucho adaptarme a esto, este año, casi de forma inconsciente, mi cuerpo y yo nos regimos por su forma de entender la vida y sus horarios... Si hay que ver, al final una se va a volver serbia...



Al final, la comida ha terminado a las 7 menos 5. Pensábamos estar de vuelta a las 6, pero nos hemos puesto a hablar, hablar, hablar, hablar... ya poco a poco van lanzándose a hablar en español (comenzaron a estudiarlo en octubre y Nikola está que no se lo cree de la emoción de ver que ya habla conmigo en español) y he llegado corrrrrrrrrrrrrrrrriendo al Cervantes a las 6:55, 5 minutos antes de una sesión de gastronomía española con otro grupo... Vaya día de comilonas :)

domingo, 4 de marzo de 2007

Kafana

Anoche, después de la sesión de capoeria (a ver si uno de estos días saco fotos y le dedico una entrada al grupo), nos fuimos, como viene siendo costumbre cada sábado en este 2007, a Cika Ljuba, una kafana situada en la calle bohemia de la ciudad, Skadarska. Las kafanas son aquí locales muy habituales y el otro día llegué a entender por fin a qué implica y representa para ellos el término kafana: yo pensaba que con kafana se referían a un restaurante donde se sirve comida serbia tradicional, ambientado siguiendo una moda ochentera, que es hasta la que evolucionó este país, desde mi punto de vista. Por desgracia, durante los 90 lo asolaron tres guerras civiles y éstas impidieron que la mentalidad de mucha gente, el estilo del país y la vida, en general, evolucionara poco en algunos aspectos; entre ellos, la moda.

Pues bien, a lo que iba. Kafana implica una dimensión más allá de la comida o el local. De hecho, anoche estuvimos en una kafana donde no se sirve comida, sino sólo cerveza, rakija, peljinkovac u otras bebidas espirituosas semejantes (tipo orujo, etc.). Y es que el término kafana hace referencia al ambiente de fiesta, de alegría, de tradición... Y anoche lo hubo: y mucho. Comenzamos a las 8.30 y acabamos (bueno, acabé porque muchos se quedaron) casi a las 3 de la mañana. La noche comenzó con chistes, historias, sonrisas y acabó en las canciones tradicionales serbias cantadas a capela por la kafana entera, carcajadas y el efecto de la Jelen, de mucha Jelen Pivo (la cerveza del ciervo), que es la cerveza serbia por excelencia. Para muchos, demasiado suave. Para mí, deliciosa.


Aquí dejo unas fotos de cómo fue evolucinanado la noche: en las dos de arriba, apenas habíamos comenzado. En las dos de abajo, algunas, bastante tímidas, por cierto, cantaban con todas sus fuerzas Moja mala nema mane, un himno de las fiestas serbias), y otros ya casi ni podían abrir los ojos después de más de 4 litros de cerveza.

jueves, 1 de marzo de 2007

Corazón abierto

Hay días en que ves la vida a través de la lupa del optimismo y que cualquier acción, detalle, adjetivo normalmente insignificante llevan añadida una pizca de amabilidad. Y hoy ha sido uno de esos días. Afortunadamente. Primero, el día ha amanecido soleado y caluroso. Matizo "soleado" porque el color habitual en el invierno belgradense suele ser el gris y la temperatura en febrero-marzo pocos días roza los cero o, peor aun, los supera. Sin embargo, este invierno está siendo una excepción. Hoy, tras días de lluvia y Košava, un viento fácilmente reconocible en Belgrado por hacer bajar las temperaturas de manera considerable, el termómetro ha vuelto a marcar 15. De hecho, es lo que acabo de ver en el reloj digital de la plaza a las 23 de la noche, justo cuando regresaba a casa después de tomar una cañita con los estudiantes.

La segunda cosa con la que me ha sorprendido el día ha sido con la amabilidad de la dependienta del supermercado que han renovado a la vuelta de la esquina. No es que los serbios sean antipáticos; como extranjera, debo reconocer que me siento bastante "mimada" por gran parte de la población, si bien es cierto que bordes encuentras en todas partes, y en las cajas y en los puestos burocráticos en este país también hay muchos. Pero la amabilidad de esa señora hoy me desbordó. Se desvivía por ayudarme, por acompañarme a cada rincón del supermercado para que lo conociese, ya que ha detectado con facilidad que era extranjera al ir a pesar la fruta y la verdura, que ha sido la primera parada que he hecho. Ya en la cola, me ha vuelto a reconocer y, pese a que he insistido en que me podía decir el precio en serbio, ha preferido tardar un montón mientras recuperaba de su ya atrofiado inglés la manera de leer cifras mayores que mil. Todo un gesto :)

Pero si algo me ha emocionado ha sido, cuando menos lo esperaba, reencontrarme con una vieja amiga a la que hacía prácticamente año y medio que no veía. Desde mi llegada a Belgrado, en septiembre de 2005. Por motivos que ahora no vienen al caso, dejamos de hablarnos, de tener contacto,... nos olvidamos, aun sabiendo que vivíamos en la misma ciudad, que nuestros caminos cada día se cruzaban cerca. No ha sido hasta hoy, en la puerta de una perfumería, cuando nos hemos vuelto a reencontrar. Lo bonito ha sido que, en un solo mirar de ojos, que nos ha llevado a la sorpresa, a creer que no podíamos creer lo que estábamos viendo, hemos dejado las diferencias y nos hemos fundido en un fuerte abrazo, casi sin mediar palabra, sólo risas llenas de mucho cariño y una sinceridad que ya jamás creía posible. Casi sin poderlo controlar, se me ha abierto el corazón, desbordado por la alegría.

Y es que a veces, cuando crees que la amistad ha muerto, que el tiempo la ha asesinado, te das cuenta de que sigue existiendo.