martes, 27 de febrero de 2007

Momentos escolares

Casi sin querer, hoy he vuelto a mi infancia al despertarme y llegar a la cocina. Hace un par de días dejé unos garbanzos en remojo (suculento manjar en estas tierras balcánicas, donde apenas si se conocen. Raro, ¿verdad?) y al haber comido ayer fuera, pensé que esta mañana sería el momento adecuado para prepararme un potaje de garbanzos, que no suelo cocinar con frecuencia pero que me encanta, sobre todo, desde que lo hago con espinacas.

¡Pero cuál ha sido mi sorpresa al encender la luz y ver que los garbanzos habían empezado a vivir! (en la foto podéis verlo). De repente, han venido a mi mente aquellos primeros años escolares, cuando cada uno traía a clase tu cacharrito de "La lechera" de vidrio, vacío, e ilusionado, plantaba sus lentejitas, garbanzos, sobre algodón mojado y... a espera minutos, segundos, días... hasta que, por fin, aparecían los primeros indicios de vida, de que una "plantita" iba a creer. Otras veces, la plantita no la llevabamos a la escuela, sino que teníamos que observar el proceso en casa. Y en la mía, concretamente, las plantitas creo creer que estaban en el baño. Era precioso ver cómo de aquella legumbre salía una "planta" verde, que crecía. Había vida :)

Hoy en día, sumida en estos mundos rápidos, tecnológicos, laborales, de estrés, de vida, artificiales, reales, de un no parar contínuo, había olvidado que la naturaleza sigue ahí, en su estado más puro, echando raíces.


sábado, 24 de febrero de 2007

Lo que hace la tecnología

¿Quién lo diría hace unos años que seríamos capaces de vernos a 4.000 kilómetros de distancia? Pocos lo creíamos, la verdad. Más bien eran escenas propias de una peli de ciencia-ficción. Aun recuerdo la primera vez que mi hermana me contó que se podían mandar mensajes por móvil. Era el verano de 1999 y yo acababa de regresar de Alemania: en 6 semanas que no estuve en el pueblo, allí se vivió la revolución telefónica. ¡Mandar mensajes por un bicho que servía para hablar por teléfono! Aquello sonaba a algo propio de extraterrestres, a algo imposible, pero era cierto, tangible, comprobable.

Hoy en día, por el contrario, nos resulta casi inconcebible vivir sin esos sms que utilizamos ya casi para todo: para avisar que llegamos tarde, para preguntar cómo está ese colega al que hace tiempo del que no sabes nada y que quizá vive en la puerta de al lado o quizá en la otra parte de mundo, para felicitar la Navidad, el Año Nuevo, el cumpleaños, etc., para cancelar una cita o sugerir a alguien que nos encontremos para tomar algo, para mandar a alguien a freir espárragos, para comentarle a alguien lo bien que te lo has pasado esta noche, pero que no te has atrevido a decírselo cara a cara,... en fin, estas y otras mil historias más.

El caso es que día a día, poco a poco, la tecnología se adentra en nuestras vidas. Se apodera, diría más bien. Y no nos damos ni cuenta. Sólo vemos los efectos positivos, pero estoy segura de que los hay negativos: y muchos. Pero en fin, esa podría ser otra entrada en mi blog. De lo que quería hablar hoy es de lo alucinante que resultan algunos de sus efectos, tales como poder ver a mi abuela por internet, por videocámara, y charlar a 4.000 kilómetros de distancia... Y si yo alucino, pues no quiero imaginar qué debe de pensar ella. Le debe parecer superextraño y, de hecho, creo que no lo llega a entender; ella se ve en la pantalla, sonríe, mis padres le explican que la del cuadrito pequeñito soy yo, que la voz que escucha es esa nieta perdida por el mundo, pero en el fondo creo que no lo concibe: no entiende qué está pasando, si lo que cree ver y escuchar es real o no.

Cierto es que a sus 93 años no es extraño que le parezca complicado navegar por estos mundos cibernéticos. A su edad, aun admiro que tenga energía e ilusión de sentarse frente a la pantalla de un ordenador, ponerse unos cascos y hablar con esa persona que aparece en la pantallita. Hoy, mientras hablábamos, no he podido dejar de pensar: ¿Y como será el mundo cuando nosotros, si llegamos, tengamos 93 años? Casi seguro que aquello que ahora se le escapa a nuestra mente, será imprescindible para nuestros nietos y bisnietos. Y si no, el tiempo lo dirá.

Tortugas "ninja"

Aquí os dejo unas pequeñas imágenes de lo que se veía esta tarde por las calles de Belgrado, invadido de tortugas ninja azules. ¿El motivo? El derbi Estrella Roja-Partizan, los dos grandes equipos de la ciudad, algo así como un Español-Barça o un Atlétic-Real Madrid, aunque en realidad yo creo que se detestan tanto como en un Barça-Real Madrid. ¡O incluso MÁS!

Es increible lo de este país con el fútbol. Bueno, con los deportes en general. Si bien es cierto que tiene su parte buena (aquí todos crecen practicando algún deporte y son supersanos en ese aspecto. Algunos (no pocos, de hecho), llegan incluso a jugar en selecciones nacionales), también la tiene mala: se desmadran, se les va la pelota cuando ven una pelota saltar de un campo a otro, o de una portería a otra, o de una canasta a otra... En fin, que cualquier deporte es adorado y seguido en esta ciudad de forma extrema, con una adoración y un fervor sin límites. Casi me atrevería a decir que el deporte es el opio de este pueblo.

El año pasado tuve la oportunidad de estar en un partido de baloncesto. Jugaban el Unicaja y el Partizan y, de verdad, aluciné. Era impresionante ver toda la grada "negriblanca" saltando, vitoreando, gritando, sudando,... el pabellón entero vibraba. Se volvían locos, y eso que perdieron. Por supuesto, ni se me ocurrió abrir la boca o saltar cuando el Unicaja hacía canasta. Iba advertida, de hecho, por parte del amigo que me acompañaba, quien me había hecho prometer que, ganase o perdiese el Unicaja, debía mantenerme al margen de la emoción: “Con esta gente nunca sabes qué puede pasar, cuál va a ser su reacción”. Y en efecto: meses más tarde, en uno de los encuentros Partizan-Estrella Roja, la grada se vino abajo porque los hinchas de un equipo estaban saltando y yendo a buscar a los del equipo contrario y tuvieron que suspender el partido. La noticia se publicó, incluso, hasta en El País.

Hoy, después de 11 años, ha ganado el Partizan. No he salido todavía a la calle, pero estoy segura de que va a ser el comentario de esta noche, como lo son el lunes los resultados de la Liga de Fútbol española, que ocupa un conocido canal de televisión serbio cada tarde de domingo. No es extraño que algún alumno te venga a hacer el comentario sobre los resultados del Valencia (ante los cuales mi cara es de desconocimiento o sorpresa, normalmente) porque saben que eres de allí. O incluso, que llevados por su emoción, por su afición, te regalen una bufanda del Partizan o del Estrella Roja, o un DVD con los mejores goles de la historia de ese club de fútbol. Es increíble la dimensión de la locura futbolera en este país.

jueves, 22 de febrero de 2007

Berlín II

Hace ya unos días que he regresado de Berlín y que estoy inmersa nuevamente en la vida belgradense, pero aquella ciudad me gustó tanto que creo que debo dedicarle una nueva entrada en el blog. De hecho, ir a Berlín supuso para mí un flashback a Tübingen y todo aquel año de descubrimiento y vivencias: me gustó revivir el ambiente de WG en casa de Irene, ver que estaba en el extranjero y que era capaz de entender lo que decía la gente (incluso de captar el juego de palabras del anuncio publicitario que leía mientras esperas el tranvía (algo que no me pasaba desde hacía mucho tiempo), volver a ver bicicletas por todos lados,...

Pero si Berlín me impactó por algo fue precisamente por desentonar en la línea de lo que solemos considerar "Alemania". Si el orden, lo cuadriculado, lo limpio, lo perfecto es lo que asociamos con Alemania, Berlín es casi lo contrario: no encaja con la idea de limpieza y orden estrictos propio de los alemanes... Hay un gran movimiento social de todo tipo, artístico (increíble la cantidad de galerías que tiene y, por qué no, la cantidad de graffitis. Hasta el propio muro fue considerado como un museo de arte de la calle y se guardaron unos cuantos metros, la West Side Gallery, donde pintaron unos cuantos artistas de la calle traídos de todos los rincones del mundo), donde toda expresión, toda filosofía e ideología cabe, forma parte del espíritu de la ciudad. Todo existe y todo es posible: desde los lugares y la gente más pija, hasta los antros más increíbles, algunos de los cuales tuvimos la oportunidad de visitar la noche del sábado de la mano de un brasileño perdido en Berlín desde hace 8 años y que conocimos por casualidad, ya que alquilaba una habitación e Irene está en estos momentos a la búsqueda y captura de una. Hubo un lugar, especialmente, que me impactó: un local maloliente, con perros, con personajes que no sé muy bien como describir, medio oscuro, situado al final de un patio interior oscuro y al que se accedía por una ventana. Era un ambiente propio de Luces de Bohemia. Las cámaras, los móviles,... mejor evitarlos, según la recomendación del brasileño. Y esa noche la casa ofrecía Volksküche polaca, platos de la gastronomía del país vecino a precios muy razonables, casi tirados, como la ciudad misma (otro de los aspectos que me ha impresionado: ¡quéeee barata!).

Pero si en cuestión de ambiente y precios Berlín parece desencajar con la tónica alemana, también desentona en la falta de pasos de peatones: no me lo podía creer cada vez que quería cruzar y me costaba divisar alguno a una distancia prudencial. Así que me dediqué a observar a los propios alemanes y, en efecto, se aventuraban entre el tráfico. ¡Flipé! Y como dice el refrán: "Allá donde fueres, haz lo que vieres". Sin embargo, en aquellos escasos pasos de cebra que encontré, me sorprendió ver en el correspondiente semáforo a un curioso y divertido Ampelmann, interesante personaje de la vida "este" de la ciudad, el cual tiene incluso hasta una tienda dedicada en un rincón de uno de los patios de la zona de Hackesche Markt. Aquí os paso un par de fotos, para que vosotros mismos juzguéis:



En efecto: el sombrerito es el rasgo distintivo de este hombrecito de los semáforos berlineses del Este. Parece ser que tras la Caída del Muro, el Ayuntamiento comenzó a cambiar todos estos semáforos y a ponerlos como los "nuestros", pero hubo un rebote general de los "ossis" (nombre con que se conoce a los alemanes del este, frente a los "wessis", que son los del oeste. Curiosamente, el último día de estar en Berlín me enteré de que todavía hay diferencias entre ellos, que no se aguantan mucho los unos a los otros).
Y nada, que me he quedado enamorada de Berlín, que en cierto modo echo mucho de menos Alemania e Irenita me da cierta envidia con una ciudad con tantas posibilidades, incluso hasta las más raras, como beber batido de hierba, verde a más no poder y delicioso. Aquí os dejo con el resultado:



viernes, 16 de febrero de 2007

Berlín

Hace ya 3 días que estoy en Berlín y cada día que pasa, me gusta más. Es una ciudad que rompe totalmente con la visión que se tiene de Alemania: los horarios, el ruido, el comportamiento de la gente, e incluso la falta de pasos de peatones. El primer día, en Aleksanderplatz, tras mi visita a la torre de la televisión, quise salir de la plaza y no encontré tan fácilmente un paso de cebra, así que me lancé a la aventura y crucé la avenida. Para mi sorpresa, encontré a varias personas actuando igual que yo, lo que me tranquilizó un poco :)

Es una ciudad de defición complicada: en ella cabe todo y en lo que otros lugares catalogaríamos de horror, aquí se convierte en objeto de admiración. La última moda en la arquitectura (ayer aluciné en la Postdamer Platz cuando salí y vi las moles que habían construido Sony y Daimler Chrysler, además de los mil y un edificios nuevos que van creciendo como setas por todos los rincones de la ciudad) se combina con barrios al estilo medieval (pongamos por caso el Nikolaiviertel), con zonas de palacetes neoclásicos (véase Unter dem Linden o la Isla de los Museos) o con zonas que todavía conservan el regusto comunista de la RDA. Y todo está junto, en la misma sopa y el regusto que deja es especialmente agradable. La razón: la desconozco.


Ayer también estuve en la Isla de los Museos y en algunas ocasiones se me quitó la respiración. Ya me habían advertido de que el Altar de Pérgamo era grande, impresionante, pero no imaginaba que hubiesen metido tal mole en un museo. Es más, me pregunto cómo la habrán traído. Anoche hacíamos hipótesis mi amiga Irene y yo: ¿en barco? ¿en tren? Porque dudamos que a finales del siglo XIX las cargasen en aviones... Interesante. Asimismo, admiramos lo bien hechas que estaban algunas figuras del altar, y más que algunas figuras, digamos que algunas partes de las figuras: hubo un culo que nos fascinó :)

Pero lo que más me impactó a mí, personalmente, fue la puerta de Ishtar, traída de Babilonia. Como dice Irene, todo lo que sea de aquella zona me acaba atrayendo. Pero es que es increíble su tamaño; y sobre todo, el color azul de los azulejos... Tiene algo. Donde nos lo pasamos genial fue visitando el Museo de Arte Islámico que tienen estos alemanes: resulta que Irene, potencial politóloga de reconocible prestigio, aun en su inocencia por no haber leído el cartelito con la explicación , y creyendo que la cúpula que estábamos viendo sería de Turquía, o del Próximo Oriente,acabó soltando: "Si es que estos moros lo hacen todo igual en todos los sitios". Este comentario lo hizo llevada por la impresión que le había causado la Alhambra en su momento. Pero cuál fue nuestra sorpresa al ver que la evocación no había sido fortuita, sino que la mismisa cúpula que estábamos observando había sido "robada" de nuestra querida Alhambra. Nos moríamos de la risa en medio de un museo donde parecía que nada se podía hacer: no se podía beber, no se podía hablar por teléfono, no se podían llevar los bolsos en las espaldas,... Creo que en esta visita a Berlín ha sido el lugar donde más guardias se me han acercado para comentarme "algo que estaba haciendo mal". Incluso ayer, en la visita a la Sinagoga Nueva, me prohibieron llevar la bufanda en la mano. Debía llevarla en la mochila por motivos de seguridad. Y yo me preguntó: ¿Qué seguridad ni qué puñetas después de haberme registrado de arriba abajo de haber pasado todas mis pertenencias por los rayos y mil historias más? Aluciné con la cantidad de seguridad que tenían montada.

La vuelta de ayer fue muy interesante en general: tuve un contacto profundo con la historia de Berlín en particular, y con la del mundo en general. Y eso me gustó mucho. Visité partes del muro, la casa de Bertol Brecht y su tumba. Está enterrado en el "cementerio VIP" de Berlín, junto a su casa. Lo llaman así porque también allí yacen un montón de famosos, entre ellos, Hegel. Me paseé también por el antiguo Berlín judío: una zona que antiguamente estaba abandonada, pero que hoy en día va recuperando poco a poco su vitalidad. Es preciosa esa zona, llena de bares y restaurantes alternativos, de todas las cocinas del mundo, con un ambiente que hecho mucho de menos en Belgrado. Y de allí, tras mi primer contacto con el S-Bahn y el U-Bahn berlineses, aparecí en la Postdamer Platz, impresionante desde el momento en que vas saliendo del metro y levantas la cabeza. Nuevamente allí, reaparece la historia del muro y las diferencias del este y el oeste se dejan notar en aspectos tan simples como la arquitectura del lugar. Mi visita terminó en los sótanos de la SS y de la Gestapo, donde se me pusieron los pelos de punta al conocer más profundamente la estructura tan compleja que maquinaron los nazis para llevar a cabo todos sus planes y conseguir su objetivo de la raza pura.

Y la noche acabó, tras la visita con Irene por la Isla de los Museos, en un restaurante indio con todos los españoles que trabajan en el ICEX y el COPCA. Debo reconocer que me lo pasé genial, yo que soy un poco hispanofóbica cuando voy al extranjero y, sobre todo, en esta ciudad, donde los españoles aparecen de debajo de cualquier piedra. ¡Qué increible! Debe ser que me he acostumbrado a la soledad belgradense, en la que ya tenemos muy asumido que somos pocos y es muy difícil encontrar paisanos por la calle. Y en el fondo, me gusta; para qué mentir. Aquí me siento como en España y eso, en cierto modo, le resta encanto a la cosa. Pero bueno, a lo que iba: que me lo pasé genial con la gente. Además, estuve recordando viejos sabores, puesto que después de dos años volví a probar mi querido queso panir, el que me permitió sobrevivir ante los sabores tan sumamente picantes e intensos en la India. Y todo esto, acompañado de una danza del vientre, para mi gusto cutre y poco apropiada para el local, que acabó revolucionando a más de cuatro en el restaurante.

Y eso es todo por ahora. Dentro de un rato, más. Hoy ya vuelto a salir nublado.