Reconozco que el blog anda medio muerto en este año nuevo. Supongo que este ritmo escaso de entradas durará hasta marzo. Después, espero aumentarlo de forma notable ;-). Si bien no todo, la mayoría del tiempo os puedo asegurar que me lo roban las clases y la memoria, que ahí va, tomando forma. Ya empiezo a sonreír, al tiempo que me echo a temblar viendo lo que todavía me queda por currar. Estos días vivo entre sabores agridulces, académicamente hablando. Pero hoy solamente quería comentar algo que me ha pasado. Algo poco frecuente y por lo que me siento entusiasmada, porque me ha parecido un detalle muy bonito.
El año pasado, justo hace ahora 12 meses, comencé un curso de A1 en el que había una señora sefardí. He comentado ya en alguna entrada anterior que meses más tarde me acabé enterando de que en Belgrado existe una de las comunidades más importantes de los Balcanes, junto con la Salónica y un poco más al sureste, Estambul. En aquel curso, mis estudiantes tenían que elaborar un portafolio con los documentos del curso (elaborados o recogidos en clase o fuera) con los que más se identificaban y con los que más sentían haber aprendido y con ellos elaborar una carpeta. Además, debían explicarme la razón por la cual habían seleccionado aquellos documentos y no otros. Así pues, un portafolio, además de tener un sinfín de funciones que ahora no vienen al caso (tema al que me estoy dedicando estos días en la memoria), sirve también para “demostrar” el nivel que el estudiante tiene de español realmente y para vincular sus intereses personales con lo que aprende en el aula. Y eso me parece más que bonito.
Lo fascinante de aquel curso fue el portafolio que me trajo la señora MaSh: Aprendía español porque quería introducirse en el ladino, lengua que poco a poco se va perdiendo y que la comunidad quiere recuperar. Pues bien: al entregar su versión “definitiva”, aparecieron allí explicadas las razones que la habían llevado a inscribirse en el curso y sus tres canciones favoritas en ladino. Flipé. En primer lugar, porque hay muy poca gente con esos intereses; y en segundo, porque lo podía entender perfectamente a pesar de tener algunas huellas serbias. Evidentemente, le hice saber lo mucho que me había gustado aquel portafolio y a partir de ahí surgió una bonita amistad. Nos vemos poco, pero siempre que puedo me encanta tomar café con ella y que me cuente cosas.
Hoy, después de mucho tiempo, había quedado con MaSh y con dos exalumnas más que han estado 3 meses en Perú y están recién llegadas. Al sentarnos en la cafetería, MS me ha dicho que me tenía preparada una sorpresa: que había invitado a un amigo suyo a que se nos uniera. Un chaval de Sarajevo (hoy he descubierto que en ladino se llama Saray, qué bonitooo!), hablante nativo de ladino, que estos días está en Belgrado como profesor invitado a unas jornadas sobre Literatura Judeoespañola que organiza la Facultad de Filología. Quería ofrecerme la posibilidad de escuchar hablar ladino y de conversar con un nativo. Y sí, así hemos pasado las 3 horas siguientes contándonos historias sobre la lengua, los sefardíes, etc. Ha sido muy, muy, muy interesante y, sobre todo, me ha encantado conocer la influencia del “judeoespañol” en el serbio, que la hay :)
Ha sido una experiencia curiosa, ya que por momentos me daba la sensación de que escuchaba español actual, inmediatamente español antiguo, italiano, catalán, portugués,… todo mezclado, para acabar sorprendiéndome con una palabra alemana. Ha sido justo al hablar de los señores que estaban en la “Schank” (en la barra de la cafetería). Me ha hecho mucha gracia y le he preguntado que me imagino que, como todas las lenguas vivas, el ladino evoluciona y se amplia a través de neologismos, y que de qué lengua/s los tomaban… Pues de todo un poco: serbio, turco, inglés,… Cada comunidad, situada en diferentes lugares del planeta, la toma de su contexto más próximo (como es lógico), y luego se entienden a través de paráfrasis u otras lenguas, como solemos hacer los españoles al hablar con argentinos, peruanos, mexicanos… u otros hispanohablantes que nos quedan un poco lejanos geográficamente hablando.
Me ha parecido un detalle muy bonito por parte de MaSh.
Estos días, además de memoria, han sido días de recuperar sensaciones con los idiomas, ya que el sábado, sumergida en la lectura de un artículo en alemán, me percaté de cuantíssssimo tiempo hacía que no leía en esta lengua, y de lo bien que lo pasaba traduciendo de ella. De hecho, me siento mucho más cómoda al traducirla que en inglés. Cada frase, cada párrafo, es como un jeroglífico y yo creo que, aunque me cueste reconocerlo, tengo una mente un poco cuadriculada y matemática… Curiosa, la relación afectiva que se establece entre uno y las lenguas. Es también otro de los temas sobre el que estoy reflexionando mucho últimamente y sobre el que el viernes voy a hablar en un taller en la universidad. Ya os contaré.
En fin, es todo por hoy. Son las siete y ese “alguien”, apodado “Memoria”, me reclama.
El año pasado, justo hace ahora 12 meses, comencé un curso de A1 en el que había una señora sefardí. He comentado ya en alguna entrada anterior que meses más tarde me acabé enterando de que en Belgrado existe una de las comunidades más importantes de los Balcanes, junto con la Salónica y un poco más al sureste, Estambul. En aquel curso, mis estudiantes tenían que elaborar un portafolio con los documentos del curso (elaborados o recogidos en clase o fuera) con los que más se identificaban y con los que más sentían haber aprendido y con ellos elaborar una carpeta. Además, debían explicarme la razón por la cual habían seleccionado aquellos documentos y no otros. Así pues, un portafolio, además de tener un sinfín de funciones que ahora no vienen al caso (tema al que me estoy dedicando estos días en la memoria), sirve también para “demostrar” el nivel que el estudiante tiene de español realmente y para vincular sus intereses personales con lo que aprende en el aula. Y eso me parece más que bonito.
Lo fascinante de aquel curso fue el portafolio que me trajo la señora MaSh: Aprendía español porque quería introducirse en el ladino, lengua que poco a poco se va perdiendo y que la comunidad quiere recuperar. Pues bien: al entregar su versión “definitiva”, aparecieron allí explicadas las razones que la habían llevado a inscribirse en el curso y sus tres canciones favoritas en ladino. Flipé. En primer lugar, porque hay muy poca gente con esos intereses; y en segundo, porque lo podía entender perfectamente a pesar de tener algunas huellas serbias. Evidentemente, le hice saber lo mucho que me había gustado aquel portafolio y a partir de ahí surgió una bonita amistad. Nos vemos poco, pero siempre que puedo me encanta tomar café con ella y que me cuente cosas.
Hoy, después de mucho tiempo, había quedado con MaSh y con dos exalumnas más que han estado 3 meses en Perú y están recién llegadas. Al sentarnos en la cafetería, MS me ha dicho que me tenía preparada una sorpresa: que había invitado a un amigo suyo a que se nos uniera. Un chaval de Sarajevo (hoy he descubierto que en ladino se llama Saray, qué bonitooo!), hablante nativo de ladino, que estos días está en Belgrado como profesor invitado a unas jornadas sobre Literatura Judeoespañola que organiza la Facultad de Filología. Quería ofrecerme la posibilidad de escuchar hablar ladino y de conversar con un nativo. Y sí, así hemos pasado las 3 horas siguientes contándonos historias sobre la lengua, los sefardíes, etc. Ha sido muy, muy, muy interesante y, sobre todo, me ha encantado conocer la influencia del “judeoespañol” en el serbio, que la hay :)
Ha sido una experiencia curiosa, ya que por momentos me daba la sensación de que escuchaba español actual, inmediatamente español antiguo, italiano, catalán, portugués,… todo mezclado, para acabar sorprendiéndome con una palabra alemana. Ha sido justo al hablar de los señores que estaban en la “Schank” (en la barra de la cafetería). Me ha hecho mucha gracia y le he preguntado que me imagino que, como todas las lenguas vivas, el ladino evoluciona y se amplia a través de neologismos, y que de qué lengua/s los tomaban… Pues de todo un poco: serbio, turco, inglés,… Cada comunidad, situada en diferentes lugares del planeta, la toma de su contexto más próximo (como es lógico), y luego se entienden a través de paráfrasis u otras lenguas, como solemos hacer los españoles al hablar con argentinos, peruanos, mexicanos… u otros hispanohablantes que nos quedan un poco lejanos geográficamente hablando.
Me ha parecido un detalle muy bonito por parte de MaSh.
Estos días, además de memoria, han sido días de recuperar sensaciones con los idiomas, ya que el sábado, sumergida en la lectura de un artículo en alemán, me percaté de cuantíssssimo tiempo hacía que no leía en esta lengua, y de lo bien que lo pasaba traduciendo de ella. De hecho, me siento mucho más cómoda al traducirla que en inglés. Cada frase, cada párrafo, es como un jeroglífico y yo creo que, aunque me cueste reconocerlo, tengo una mente un poco cuadriculada y matemática… Curiosa, la relación afectiva que se establece entre uno y las lenguas. Es también otro de los temas sobre el que estoy reflexionando mucho últimamente y sobre el que el viernes voy a hablar en un taller en la universidad. Ya os contaré.
En fin, es todo por hoy. Son las siete y ese “alguien”, apodado “Memoria”, me reclama.