domingo, 13 de enero de 2008

Agujas

Vaya semanitas… no sé muy bien cómo calificarlas porque, si bien no he estado estresada para nada (lo cual empieza a ser un poco extraño en mí, pero lo veo más que positivo), no he parado. De las navidades me gustaría escribir, aunque dudo que tenga tiempo dado que me encuentro inmersa en mi queridísima memoria. Fueron geniales. Hacía años que no disfrutaba tanto de unas vacaciones en mi tierra y, aunque es verdad que me hubiera gustado compartir más tiempo con mis padres, creo que dentro de lo que cabe he hacer algunas cosillas con ellos y con mi hermana. De hecho, es la vez que he vuelto y más los he echado (y echo) de menos a todos… Es como que por primera vez me he dado cuenta de que la tierra me tira, a pesar de que me encanta vivir en el extranjero y en Belgrado.

Pensaba que iban a ser unas vacaciones estresantes porque debía haberme dedicado a mi memoria, y tan sólo le presté atención los 4 primeros días ya que después vinieron Ivan, Bojana y Miki. El resto de las vacaciones me lo pasé de arriba abajo, entre Barcelona-Valencia-Verger... Contrariamente a lo que pensaba, esa desconexión me ha sentado genial. No obstante, ahora estoy “pagando esas pequeñas consecuencias”. Llevo 48 horas frente al ordenador, con unas ganas terribles de salir, pero intentando autoconvencerme que es mejor que me quede, que me inspire, que escriba. Pero es todo taaaan denso, tengo tanta confusión,… Me encuentro algo perdida.

Muchas veces me cuesta creerlo, pero no me reconozco en este modo de actuaciones y pensamientos. Siempre creí que sería una persona encantada de estar frente a un libro, frente a un papel… La verdad es que en el fondo me encanta, pero ha llegado un momento que no puedo más, que he visto que hay vida más allá de todo esto. Y quiero disfrutarla. Hay muchas más cosas más allá del español, del cervantes, del portfolio, y de mil historias más que, de no ser por que intento marcar distancias, me atraparían totalmente en su mundo.

Y así, medio atrapada, es como estoy desde el viernes por la tarde, después de una sesión de dentista un tanto particular. Me han detectado caries y, cagada, me presenté a una consulta serbia viendo que no tenía mayor solución porque el diente me dolía realmente. Asustada entré, y feliz salí, porque aluciné con la calidad-precio de los médicos de esta ciudad. Tanto, que he estado pensando en arreglarme algunas cositas que tengo pendientes por ahí. Sin embargo, quería contar algo estúpido que me pasó y de lo que prefiero reírme porque… no hay para menos.

Ya muchos sabéis el pánico que tengo a las agujas. Pánico que no sé muy bien de dónde me viene. Creo que de pequeñita, pequeñita, no le tenía tanto, pero con el paso del tiempo ha ido aumentando. No obstante, es más que evidente que cuando la cosa me interesa, pues me pongo las inyecciones que sean necesarias. Véase el caso de la India: 11 en un par de meses. Ahora bien, cierto es que los enfermeros me tenían que tratar como a una niña a la que le preguntaban qué había comido ese día, si le había gustado, cuál era su animal favorito… ¡Qué vergüenza!

Pero la vergüenza la pasé anteayer en la consulta del dentista. El chico, jovencito y majíiiiisimo, me iba explicando siempre paso a paso lo que me iba haciendo, lo cual está muy bien, pero que va un poco en contra de mi actitud: cerrar los ojos y que me haga lo que quiera, porque prefiero no ver. La cuestión es que cuando me dijo: “Now you’re gonna get some anestesia”. No pude evitar abrir los ojos, y allá que me vi la pedazo aguja entrando en mi boca. La de agujas como esas que me habrán puesto de pequeña, cuando me detectaron un montón de caries, y de las que ni me enteraba.

Pero anteayer, cuando la note en mi boca, me empecé a marear, a marear, a marear… Durante unos segundos, pensé que aquello era una gilipollez mía, que no quería decírselo al chaval, pero de repente me di cuenta que empezaba a perder la noción del mundo, tal y como me suele pasar cuando me desmayo (es que ya han sido varias veces, así que la sensación la tengo controlada J))). De repente, levanté la mano y le empecé a hacer gestos, indicándole que estaba mareada. Evidentemente, el chaval paró y nos empezamos todos a descojonar.

Muy agradablemente y como quitándole hierro al asunto, me dio tema de conversación, inclinó la silla para que tuviera las piernas elevadas,… y al ratito me dijo: “I must go on”. Y lo dejé volver a meter aquella agujota en mi boca. Nuevamente, lo mismo, pero por suerte, ya quedaba nada de anestesia. La verdad es que la hora y media que estuvo en mi boca, no me hizo nada de daño, y ya no me importó que me fuera contando lo que hacia, porque me relajé tanto que yo creo que incluso me quedé un poco dormida.

El martes tengo la segunda sesión y sé, por supuesto, que me vuelve a tocar dossis de anestesia. Iré comida esta vez, aunque temo que lo mío no sea por cuestiones de estómago vacío. Ya os contaré…

1 comentario:

Odara dijo...

¡Qué bien leerte... y saber que sigues viva! ;)

Me ha gustado leer esta visión tan positiva de las navidades, etc., pues por lo último que hablamos tenía otra sensación.

En cuanto a las agujas, etc., si te sirve de consuelo cuando tenía 10 años o así una vez me tenían que hacer un análisis. Mis padres me encontraron escondido detrás del sofá y agarrado con todas mis fuerzas al mueble donde estaba el equipo de música... Y ¿sabes cómo lo superé? Yendo a donar sangre. Ahora no es que me guste, pero no me preocupa. Cuando tuve que vacunarme para la India la tía lo hizo tan bien que ni noté los pinchazos. Eso sí, cuando me mandaron ponerme yo mismo las inyecciones por lo de la pierna, lo llevaba peor...

En cuanto a lo de que "hay más cosas", je, je, esa fue la razón por la que dejé el doctorado, por la que no he hecho la memoria del máster (después de dos o tres años), por la que cada vez paso más del curro... Porque hay que vivir. Curiosamente, creo que eso puede repercutir positivamente en la calidad de las clases, ya que desarrollas habilidades y conocimientos que luego puedes aplicar, a diferencia de lo que ocurre con los ratones de biblioteca. Recuerdo un profesor que tuve en la carrera, el tío controlaba muchísimo de literatura medieval, pero luego no sabía cómo reaccionar cuando le saludabas por el pasillo...

Y ahora dirás que debería aplicarme el cuento, pero... tengo que dejarte, porque este finde me toca revisar las trescientas y pico páginas de mi traducción, ayer sólo conseguí mirar la cuarta parte, así que hoy va a ser un día laaargo... ¡con lo que me apetecería ir a dar una vuelta y aprovechar el estupendo sol que hace! Pero bueno, es sólo un día más y en febrero se publica... ya te informaré.

Pues eso, me vuelvo a currar. ¡Besos!

(Hm, quizá esto debería haber sido más un mail que un comentario... demasiado tarde)