lunes, 16 de abril de 2007

Sarajevo II

Hace un par de días que he regresado de Sarajevo y la verdad es que tengo un montón de cosas por hacer pero no quiero dejar pasar más tiempo puesto que con los días se van desvaneciendo las emociones, las sensaciones, los colores... Menos mal que tengo las fotos que a mí, personalmente, me suponen un gran apoyo, unas grandes compañeras de viaje que después me aportan mucho. Tema discutible, lo sé... Sé que hay visiones muy diferentes acerca del tomar o no tomar fotos en un viaje, en que si esto supone perder el tiempo y traicionar al momento, o sin embargo, son mucho más que eso: son el tesoro que te llevas de aquel lugar; quizá un día pueda dedicarle una entrada al tema.

Pero ahora a lo que iba: a continuar explicando mi experiencia en la capital bosnia. Viajar a Sarajevo, como lo es a toda la ex-Yugoslavia en general, significa tropezar con el concepto de religión. Si bien yo la dejé hace muchos años a un lado como practicante, no dejo de entenderla como un elemento más de identidad que define a un individuo, del mismo modo como lo define la nacionalidad. Religión, nacionalidad: Conceptos, a mi entender, altamente susceptibles de ser vulnerados por el peso que tienen en la definición de uno como persona, como uno mismo. Y en esa dimensión, me interesan. Y digo, interesan, en plural, porque me refiero a las distintas religiones.

Si algo me gustó especialmente de Sarajevo fue, como me dijo Taichi hace algunas noches en nuestra tertulia nocturna, que en ella conviven tres religiones en menos de 500 metros cuadrados: la musulmana, la judía y la católica. Sólo en Jerusalén se repite esta misma mezcolanza de religiones en un área tan reducida. Y qué envidia... Me encantaría algún día poder vivir en una comunidad tan variada, tan rica; aprender y celebrar de todas, alimentarme no tanto religiosa como culturalmente. Al menos eso era lo que sucedía antes de la guerra. Según Neda, cuando era pequeña lo bonito de vivir en una sociedad tan plural era que tenía muchíííísimas fiestas en el colegio ya que se celebraban las fiestas de todas las religiones. Y qué envidia...

Pero parece que el mundo no quiere ir por ese camino, que estamos destinados a odiarnos, a aumentar esas diferencias que son menores que lo que nos vincula, a mi humilde parecer. Pero en fin... Lo que quería contar fue la amabilidad que me encontré por parte de toda esta gente tan diferente a mí, y tan similar. El viernes por la mañana quería ir a la sinagoga y me dirigí hacia donde marcaba el mapa. Por mucho que intentaba situarla allí no había nada que se pareciese a una sinagoga, y es que yo esperaba un gran templo, pero me equivoqué. Casi pasa desapercibida, camuflada en un edificio que en las alturas, a escondidas, muestra una tímida estrella de David. Aun dudando, entré en el local y encontré más que un ambiente de sinagoga, un ambiente propio de "hogar del pensionista": un bar así viejote, marrón, humeante, señores de una cierta edad sentados entorno a una mesita charlando... Algo me llevó a no usar el inglés y utilizar mi "bosnio" y el lenguaje de signos para preguntar si aquello era la sinagoga. "Jeste" (Sí) y al llevarme el índice al ojo, como indicándoles si era posible visitarla, uno de los señores se levantó y amablemente me acompañó hasta el piso superior. Sin ser nada espectacular, me detuve allí un rato y después salí agradeciéndoles el detalle con una ligera sonrisa.

El segundo caso de amabilidad especial que recibí fue por parte de Taichi, la mamá de la familia musulmana en la que me alojé. Por su aspecto físico jamás nadie hubiese dicho que era musulmana: sin velo, sin caftán, fumando como una carretera,... Tampoco su marido: rubio, rubio, rubio… Y es que hay que pensar que son musulmanes eslavos, algo que rompe totalmente la imagen que un español asocia con “lo musulmán”. Hay que ver cómo la realidad con la que se tiene contacto es capaz de connotar una palabra, de llenarla no sólo de definición, sino de imágenes, sensaciones,… En mi segunda noche en la casa, no pude más y le pregunté su confesión para salir de dudas. Me dijo que tanto ella como la mayoría de gente de la ciudad era musulmana, algo que yo jamás hubiese dicho ya que, por ejemplo, son pocas las mujeres que llevan velo (y eso que Neda me comentó que desde la guerra hay muchas más que han optado por llevarlo a fin de marcar su identidad). Yo me imaginaba algo al estilo Estambul, o incluso a las comunidades turcas en Alemania, que sí lo marcan mucho más.



Pero si el carácter y comportamiento de la gente no define la identidad musulmana de la ciudad, sí lo hacen los abundantes cementerios que hay y que la historia le ayuda a uno a interpretar. Tristemente. Recuerdo de años pasados. De una guerra de religiones, de nacionalidades. Como ya creo haber comentado, Sarajevo se extiende a lo largo de un valle, así como por las laderas de las montañas. Pues bien, al subir a una de estas colinas y visionar una panorámica de la ciudad no es fácil evitar que se te ponga la piel de gallina al ver abundantes manchones blancos en cada rincón, en cada pequeña colina o espacio que hace unos 20 años sería probablemente una "zona verde" de la ciudad y que años más tarde estuvo condenada a convertirse en cementerio. Los hay, sobre todo, musulmanes. Estacas blancas que se levantan buscando el cielo, fácilmente reconocibles. Y tan abundantes. Tan extensos.

Sin embargo, si algo me sorprendió enormemente fue que el concepto de "cementerio" para ellos es mucho más abierto, está mucho más integrado en la vida real; al menos, esa es la sensación que me dio. Fue el jueves por la mañana, dejada llevar por el destino, el andar sin rumbo, cuando llegué al cementerio de Alfikovac. Iba siguiendo a un par de mujeres con la cabeza cubierta y sus niños, rubitos, jugando frente a ellas. De repente, llegamos arriba de la colina y yo quedé impactada por la presencia tan abrupta del cementerio: sin valla, sin puerta, sin aviso previo, tal cual, tan natural. Casi inconcebible en mi cultura. Ellos continuaron tranquilamente. Lo cruzaron por la calle que lo atraviesa, camino a casa. Los niños reían, jugaban, incluso se llegaron a mojar en una de las fuentes cercanas entre carcajadas inocentes. Las madres hablaban mientras cargaban con la compra. Todos tan naturales. Yo, tan impactada. Imagino que llevan la muerte tan dentro, tan presente.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola filleta!, hui en arribar a casa he anat a llegir el blog, perquè ahir em va agradar molt el que vas escriure i hui he volgut continuar amb el viatge.M´encanta intentar imaginar-me eixes sensacions al llegir el que escrius. És emocionant.
Besets. Et volem.

mmelekk dijo...

Hola mareta,

quina alegria tan gran vore que ja et mous per aquets móns virtuals. Tan de bo que arribe el dia que puguem viure juntes totes aquestes sensacions... Espere que no passe un anyet perquè puguem complir eixe somni que tinc :))

Mil besaetes i gracietes pel comentari :)