viernes, 16 de febrero de 2007

Berlín

Hace ya 3 días que estoy en Berlín y cada día que pasa, me gusta más. Es una ciudad que rompe totalmente con la visión que se tiene de Alemania: los horarios, el ruido, el comportamiento de la gente, e incluso la falta de pasos de peatones. El primer día, en Aleksanderplatz, tras mi visita a la torre de la televisión, quise salir de la plaza y no encontré tan fácilmente un paso de cebra, así que me lancé a la aventura y crucé la avenida. Para mi sorpresa, encontré a varias personas actuando igual que yo, lo que me tranquilizó un poco :)

Es una ciudad de defición complicada: en ella cabe todo y en lo que otros lugares catalogaríamos de horror, aquí se convierte en objeto de admiración. La última moda en la arquitectura (ayer aluciné en la Postdamer Platz cuando salí y vi las moles que habían construido Sony y Daimler Chrysler, además de los mil y un edificios nuevos que van creciendo como setas por todos los rincones de la ciudad) se combina con barrios al estilo medieval (pongamos por caso el Nikolaiviertel), con zonas de palacetes neoclásicos (véase Unter dem Linden o la Isla de los Museos) o con zonas que todavía conservan el regusto comunista de la RDA. Y todo está junto, en la misma sopa y el regusto que deja es especialmente agradable. La razón: la desconozco.


Ayer también estuve en la Isla de los Museos y en algunas ocasiones se me quitó la respiración. Ya me habían advertido de que el Altar de Pérgamo era grande, impresionante, pero no imaginaba que hubiesen metido tal mole en un museo. Es más, me pregunto cómo la habrán traído. Anoche hacíamos hipótesis mi amiga Irene y yo: ¿en barco? ¿en tren? Porque dudamos que a finales del siglo XIX las cargasen en aviones... Interesante. Asimismo, admiramos lo bien hechas que estaban algunas figuras del altar, y más que algunas figuras, digamos que algunas partes de las figuras: hubo un culo que nos fascinó :)

Pero lo que más me impactó a mí, personalmente, fue la puerta de Ishtar, traída de Babilonia. Como dice Irene, todo lo que sea de aquella zona me acaba atrayendo. Pero es que es increíble su tamaño; y sobre todo, el color azul de los azulejos... Tiene algo. Donde nos lo pasamos genial fue visitando el Museo de Arte Islámico que tienen estos alemanes: resulta que Irene, potencial politóloga de reconocible prestigio, aun en su inocencia por no haber leído el cartelito con la explicación , y creyendo que la cúpula que estábamos viendo sería de Turquía, o del Próximo Oriente,acabó soltando: "Si es que estos moros lo hacen todo igual en todos los sitios". Este comentario lo hizo llevada por la impresión que le había causado la Alhambra en su momento. Pero cuál fue nuestra sorpresa al ver que la evocación no había sido fortuita, sino que la mismisa cúpula que estábamos observando había sido "robada" de nuestra querida Alhambra. Nos moríamos de la risa en medio de un museo donde parecía que nada se podía hacer: no se podía beber, no se podía hablar por teléfono, no se podían llevar los bolsos en las espaldas,... Creo que en esta visita a Berlín ha sido el lugar donde más guardias se me han acercado para comentarme "algo que estaba haciendo mal". Incluso ayer, en la visita a la Sinagoga Nueva, me prohibieron llevar la bufanda en la mano. Debía llevarla en la mochila por motivos de seguridad. Y yo me preguntó: ¿Qué seguridad ni qué puñetas después de haberme registrado de arriba abajo de haber pasado todas mis pertenencias por los rayos y mil historias más? Aluciné con la cantidad de seguridad que tenían montada.

La vuelta de ayer fue muy interesante en general: tuve un contacto profundo con la historia de Berlín en particular, y con la del mundo en general. Y eso me gustó mucho. Visité partes del muro, la casa de Bertol Brecht y su tumba. Está enterrado en el "cementerio VIP" de Berlín, junto a su casa. Lo llaman así porque también allí yacen un montón de famosos, entre ellos, Hegel. Me paseé también por el antiguo Berlín judío: una zona que antiguamente estaba abandonada, pero que hoy en día va recuperando poco a poco su vitalidad. Es preciosa esa zona, llena de bares y restaurantes alternativos, de todas las cocinas del mundo, con un ambiente que hecho mucho de menos en Belgrado. Y de allí, tras mi primer contacto con el S-Bahn y el U-Bahn berlineses, aparecí en la Postdamer Platz, impresionante desde el momento en que vas saliendo del metro y levantas la cabeza. Nuevamente allí, reaparece la historia del muro y las diferencias del este y el oeste se dejan notar en aspectos tan simples como la arquitectura del lugar. Mi visita terminó en los sótanos de la SS y de la Gestapo, donde se me pusieron los pelos de punta al conocer más profundamente la estructura tan compleja que maquinaron los nazis para llevar a cabo todos sus planes y conseguir su objetivo de la raza pura.

Y la noche acabó, tras la visita con Irene por la Isla de los Museos, en un restaurante indio con todos los españoles que trabajan en el ICEX y el COPCA. Debo reconocer que me lo pasé genial, yo que soy un poco hispanofóbica cuando voy al extranjero y, sobre todo, en esta ciudad, donde los españoles aparecen de debajo de cualquier piedra. ¡Qué increible! Debe ser que me he acostumbrado a la soledad belgradense, en la que ya tenemos muy asumido que somos pocos y es muy difícil encontrar paisanos por la calle. Y en el fondo, me gusta; para qué mentir. Aquí me siento como en España y eso, en cierto modo, le resta encanto a la cosa. Pero bueno, a lo que iba: que me lo pasé genial con la gente. Además, estuve recordando viejos sabores, puesto que después de dos años volví a probar mi querido queso panir, el que me permitió sobrevivir ante los sabores tan sumamente picantes e intensos en la India. Y todo esto, acompañado de una danza del vientre, para mi gusto cutre y poco apropiada para el local, que acabó revolucionando a más de cuatro en el restaurante.

Y eso es todo por ahora. Dentro de un rato, más. Hoy ya vuelto a salir nublado.

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