domingo, 9 de septiembre de 2007

Conductas

(texto escrito el jueves, 6 de septiembre de 2007)
Hacía tiempo, mucho tiempo, que no les prestaba atención alguna a los niños que me rodeaban en un determinado momento, a excepción de mi querida vecinita en Belgrado, Lena. Y ayer, no obstante, no pude evitar fijar mi atención en mis dos compañeritas de viaje Gandía-Madrid. Nuevamente me encuentro en la capi asistiendo a un curso… pa variar. Si bien el contenido no me apasiona, admito que me encantan este tipo de cursos de formación de profesores por toda la gente a la que conoces, a la que reconoces y reencuentras, y el ambiente que generan en general. Y una de las cosas que me resultan curiosas, y que justamente Irene trataba en cierto modo en su blog hace poco, es la forma de denominarnos. Todos adquirimos un nuevo “apellido” en este ambiente cervantino, el cual nos viene dado, evidentemente, por nuestro destino o ya lugar de trabajo: “Mónica, LA DE BEIRUT”. “Carlos, EL DE CASABLANCA”… Pero bueno, sin más rollo. Volvamos al tema de hoy: los niños.

Pues sí. Ayer venía en el tren y en Valencia subieron Ainoa y Nerea. Soy mala para las edades, pero calculo que podrían tener unos 7 y 4 añitos, respectivamente. Se sentaron en el asiento de atrás y me resultó imposible no seguir sus conversaciones. Estaban jugando a las muñecas. Bueno, más bien a la muñeca. Por sus palabras, imaginé que compartían una, y entre ambas se suponía que la estaban vistiendo. Me estaba imaginando el panorama de las mesillas de sus asientos, llenas de vestiditos, faldas, jerseys, bufandas, zapatos, abrigos,… de papel que se enganchaban doblando aquellos papelillos blancos que sobresalían por todos lados. Todavía no sé cómo se me ocurrió imaginarme, ya en el siglo XXI, semejante situación. No sé por qué las asocié a vestiditos de papel. Quizá la memoria de algún momento de la infancia me superó, si bien es cierto que tampoco jugué tanto con papel. La cuestión es que cuando me di la vuelta tenían una auténtica colección de ropa, zapatos y complementos de tela. Monísimos.

Pero como pasa en la mayoría de los casos en que dos hermanas están jugando relativamente tranquilas, al final la cosa se acaba fastidiando por cualquier gilipollez. Y es que hasta las peleas de los niños se me habían olvidado. Pero ayer fue curioso observar (y debe ser el defecto profesional, que todo lo analiza para bien o para mal) que siguen un patrón, un esquema, como cada acto comunicativo en la vida:

1. La colección de ropa de la muñeca debía de ser conjunta porque, ante la primera diferencia de opiniones, la mayor le pidió a la pequeña que le devolviera todas “SUS” prendas.
2. A lo que la otra respondió que ni hablar porque se las había regalado, y “Santa Rita, Rita, lo que se da, no se quita”.
3. Ante esto, la mayor se las debió de quitar a la fuerza porque la pequeña se pilló un rebote del copón.
4. Y como no, el siguiente paso era llorar y acudir llorando a la mama, que estaba en la otra parte del vagón.

Pero lo bueno de los niños es que tan pronto lloran como tan pronto se “ajuntan” otra vez :). Así que después de que la pequeña saliera disparada en busca de la madre y berrinchara un poquito, ésta le echara la bronca a la mayor, etc, etc, etc., la mayor quiso continuar sentada en el asiento de detrás de mí. Minutos le faltaron a la pequeña para volver, feliz, a ofrecerle la merienda a su hermana. ¡Qué poder de perdón y de olvido que tienen los niños! ¡Yo también quierooo!... Flipé…

El caso es que la mayor no debería de tener demasiada hambre porque le contesto a la pequeña: “No quiero”. Pero ésta insistió: “Pero mamá quiere que te lo comas”. La mayor debió de ver la solución en las excusas, ante lo que dijo: “Dile a mamá que en los trenes no se puede comer”. Y la mocosa allá que fue. Instantes más tarde, regresaba con la otra parte de noticias: “Que dice mamá que te lo comas”. “Pues dile a mamá que no, porque me van a regañar”. Y nuevamente, la misma operación: pasillo arriba y pasillo abajo. De mensajera, más feliz que el Guerra… Eso me recordó taaaaaaaanto a mi infancia, cuando yo mandaba a mi hermana a “enfrentarse” con mi madre en las situaciones “peliagudas”. Pero la muy capulla siempre empezaba con aquellas palabras que yo taaaanto odiaba: “Dice la tata que….”. Pa matarla… aunque bueno, el morro también era mío, lo reconozco. Pero visto lo visto ayer, donde nos vi tan reflejadas a mi querida hermanita y a mí, ¿será que esto de mandar a los hermanos pequeños también son conductas inevitables, naturales?

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