Hoy he madrugado. Me espera un largo día lleno de actividades por delante y antes quería sentarme un rato a escribir mi queridísima memoria. Al abrir los ojos, la falta de ese tono dorado que invade la habitación cuando afuera brilla el sol, me ha hecho pensar en que hoy era nuevamente uno de esos días de cielos plomizos. Y en efecto, pero acompañado ya de los primeros efectos hibernales, de esa señorita blanca, fina y delicada que tan poco me apetecía que llegase.
Estaba convencida de que no iba a ser este fin de semana: El jueves pasado se dijo que nevaría y no lo hizo, con lo cual la noticia me llevó a pensar casi de forma inconsciente que había terminado la amenaza durante un tiempo. Mis esperanzas dictaban que hasta después de Navidad no podía caer copo alguno. Demasiado ingenua. El recuerdo del invierno pasado, cálido y agradable como muchos no imaginaban en estas tierras, ha quedado cubierto por otro que ya se avecina frío y largo, como el primero que pasé en estos lares.