Hacía tiempo que tenía ganas de hablar del rol de hombres y mujeres en Serbia y este fin de semana pasado he vivido algunas situaciones y he tenido algunas conversaciones que han hecho que quisiera sacar hoy el tema a colación. Os cuento:
El sábado por la noche había quedado con unos amigos para salir. Ellos habían quedado a las 22h en el local y yo, como trabajé hasta esas horas, dije que iría más tarde. Me presenté a eso de las 23.30h, después de pasar por casa, cenar, darme una ducha y arreglarme. Al bar llegué sola y en la cola para entrar, coincidí con uno de los que venían. Con él y su novia, a quien no conocía hasta el momento. Estuvimos hablando y al llegar a la caja, el tío insitió en pagar la entrada, lo cual me mosqueó. Pero bueno, a lo largo de estos dos años ya he discutido bastante sobre el tema con los hombres de este país y estoy harta de hacerlo, así que no me voy a oponer más.
La cuestión es que cuando llegamos al guardarropa, insití en pagar yo. Él, por supuestísimo, se negó. Y yo dije que por lo menos me dejara pagar mi parte. Él y su novia pasaron delante, y el tío aboquinó por los dos. Momentos más tarde, me tocaba a mí pero se me coló un gigante sin darse cuenta. Al llamarle la atención los amigos con cierto tono de guasa, el chaval insitió en, por favor, pagarme el ticket del guardarropa. Le dije que no era necesario, pero se puso tan pesado que al final acepté. Quizá no debería haberlo hecho, siendo coherente con mis ideas, pero es que a veces parece que no entiendan que ambos podemos pagar, que no siempre necesitan hacerlo ellos. ¡Qué pobres el dineral con el que tienen que salir cada fin de semana! Sin embargo, creo que esta sociedad funciona así y se regula conforme a los principios monetarios y relacionales que la marcan y que son difíciles de cambiar. Os explico más adelante cómo lo entiendo yo.
Entramos en el local, y os aseguro que si hubiera querido beber gratis toda la noche, lo habría podido hacer, pero paso. Odio que me paguen todo los hombres en este país. Odio que las señoritas se dejen pagar. Odio que ese sea el chantaje que les hacen: ellos pagan, ellas se sienten así pagadas, y se convierten en submisas que jamás se atrevirán a reberlarse contra “su hombre, ése que las quiere tanto porque las mantiene y les abre la puerta cada vez que entran o salen de algún sitio”. Ése que presume tanto por saber cuidar a una mujer, pero que después la tiene a sus pies en casa. Se desentiende de ella y de todo, y sólo responde a lo monetario y a temas familiares de importancia.
De hecho, aquí, el día del parto, ella va solita al hospital. En todo caso, irá acompañada de su madre, hermana o amiga. Él, mientras, estará celebrándolo por todo lo alto con sus amigos en la kafana, emborrachándose. Y me parece muy bien que lo celebre. Pero puñetas, que lo haga con ella días más tarde y que mientras la acompañe en esa labor tan difícil de traer un hijo al mundo. Personalmente, lo entiendo como un proyecto común, aunque la naturaleza e haya dado mayores responsabilidades a un miembro de la pareja durante unos meses. Estoy segura de que toda mujer en esa situación tan "agridulce" agradece un poco de apoyo moral por parte de su pareja.
O por ejemplo: ellas van como barbies. Monísimas. Arregladísimas. Pintadísimas. Depiladísimas. Cuando les planteas para qué tanta belleza femenina llevada al extremo, te dicen que tienen que estar guapas para los ellos. Si me parece muy bien. También a mí me parece que el cuidado físico es importante y es un respeto que le debes a tu pareja, pero que también ellos respondan entonces con los mismos criterios de belleza. Y creo que ahí cambian las cosas: los muchachos no salen de su chándal y sus bambas, y de sus cabezas rapadas. Pues qué injusticia, ¿no?
En fin, con todas estas ideas y otras, regresé a casa dándole vueltas al coco, y nuevamente salió el tema el domingo por la mañana. Fui a desayunar a casa de la vecina y se empezó a quejar porque su novio se había ido de casa temprano y se despreocupaba de pasar tiempo con ella el único día que tenían libre los dos. Se iba a la casa de apuestas a ver el fútbol y a dejarse unos cuantos dinares, como casi cada hombre en este país (siento las generalizaciones, pero reconoced que la mayoría son así). Cuando le empecé a plantear por qué no me gustan la mayoría de hombres de este país, me dio razón y me dijo que el problema venía de la educación que habían recibido en casa. Ellos, servidos y ellas, a servir. Como en España hace unos años. Pero yo me niego, señores. Sé que hay otras realidades y no estoy dispuesta a aceptar esta realidad (hay quien se salva, ya lo he dicho, pero pocos, poquíssssssimos. Además, suelen ser bastante mayores que yo, curiosamente). Todo este discurso vino porque la vecina andaba quemada por haber tenido que limpiar la casa sola por la mañana mientras él andaba de turné. Y yo me preguntó: ¿Y por qué no limpiarla entre los dos y después irse ambos a divertirse, juntos o por separado? Con lo fácil y cómodo que sería…
Para continuar con el tema, ayer por la tarde-noche salí con un amigo a tomar algo y curiosamente, volvió a surgir el tema. Me decía que como mujer tenía que hacerme respetar: que los tíos fueran educados conmigo, que me abrieran la puerta, etc, etc. etc. Estoy harta de escuchar el mismo discurso todo el tiempo. Estoy harta de que los roles hombre-mujer estén tan sumamente marcados, tan definidos (mal, a mí entender) y que les cueste tanto verlo.
Por ejemplo, el fin de semana pasado estuve en Subotica y me alojé en casa de la hermana de mi amiga Tatjana. Jelena, que así es como se llama, se acaba de mudar a un piso con su novio. Es enfermera y tiene mi edad: 25. El novio, 23. Los dos trabajan. Llegamos juntos a casa, después de que nos recogieran en la estación de autobuses, y él se fue directo al sofá. Nosotras a la cocina. Preparamos todo para cenar. A la mesa nos sentamos el chico y yo (la invitada). Tatjana se unió minutos más tarde, pero su hermana no lo hizo hasta que todos terminamos de comer y, por supuesto, se tomó los restos de sopa y un poco de pan con ajvar que también había quedado. Yo me sentía faltal e insistí en repetidas ocasiones en que se sentara a comer con nosotros, pero me dijo que no, que ella era la anfitriona. Jolines, ¿y él? Él también, y allí que estaba zampándose la cena, tan tranquilo. Ya sé que son costumbres de un país, pero… me ponen negra, negra, negra.
Y a poco que se me ocurra quejarme o plantear mi visión, soy una feminista de mucho cuidado. ¡Yo! ¡Justamente yo! Es cierto que defiendo a la mujer, pero creo que no le doy más. Simplemente busco igualdad. Creo que trae mayor felicidad para todos y, a la larga, evita resignaciones de pareja y mucho quemazón. No quiero estar echando chispas como la vecina constantemente… Y si no eres feminista, eres “a really smart ass”. O sea, que la mujer por naturaleza, tonta. ¿Será posible...? Y después no quieren que los tildes de machistas.
El sábado por la noche había quedado con unos amigos para salir. Ellos habían quedado a las 22h en el local y yo, como trabajé hasta esas horas, dije que iría más tarde. Me presenté a eso de las 23.30h, después de pasar por casa, cenar, darme una ducha y arreglarme. Al bar llegué sola y en la cola para entrar, coincidí con uno de los que venían. Con él y su novia, a quien no conocía hasta el momento. Estuvimos hablando y al llegar a la caja, el tío insitió en pagar la entrada, lo cual me mosqueó. Pero bueno, a lo largo de estos dos años ya he discutido bastante sobre el tema con los hombres de este país y estoy harta de hacerlo, así que no me voy a oponer más.
La cuestión es que cuando llegamos al guardarropa, insití en pagar yo. Él, por supuestísimo, se negó. Y yo dije que por lo menos me dejara pagar mi parte. Él y su novia pasaron delante, y el tío aboquinó por los dos. Momentos más tarde, me tocaba a mí pero se me coló un gigante sin darse cuenta. Al llamarle la atención los amigos con cierto tono de guasa, el chaval insitió en, por favor, pagarme el ticket del guardarropa. Le dije que no era necesario, pero se puso tan pesado que al final acepté. Quizá no debería haberlo hecho, siendo coherente con mis ideas, pero es que a veces parece que no entiendan que ambos podemos pagar, que no siempre necesitan hacerlo ellos. ¡Qué pobres el dineral con el que tienen que salir cada fin de semana! Sin embargo, creo que esta sociedad funciona así y se regula conforme a los principios monetarios y relacionales que la marcan y que son difíciles de cambiar. Os explico más adelante cómo lo entiendo yo.
Entramos en el local, y os aseguro que si hubiera querido beber gratis toda la noche, lo habría podido hacer, pero paso. Odio que me paguen todo los hombres en este país. Odio que las señoritas se dejen pagar. Odio que ese sea el chantaje que les hacen: ellos pagan, ellas se sienten así pagadas, y se convierten en submisas que jamás se atrevirán a reberlarse contra “su hombre, ése que las quiere tanto porque las mantiene y les abre la puerta cada vez que entran o salen de algún sitio”. Ése que presume tanto por saber cuidar a una mujer, pero que después la tiene a sus pies en casa. Se desentiende de ella y de todo, y sólo responde a lo monetario y a temas familiares de importancia.
De hecho, aquí, el día del parto, ella va solita al hospital. En todo caso, irá acompañada de su madre, hermana o amiga. Él, mientras, estará celebrándolo por todo lo alto con sus amigos en la kafana, emborrachándose. Y me parece muy bien que lo celebre. Pero puñetas, que lo haga con ella días más tarde y que mientras la acompañe en esa labor tan difícil de traer un hijo al mundo. Personalmente, lo entiendo como un proyecto común, aunque la naturaleza e haya dado mayores responsabilidades a un miembro de la pareja durante unos meses. Estoy segura de que toda mujer en esa situación tan "agridulce" agradece un poco de apoyo moral por parte de su pareja.
O por ejemplo: ellas van como barbies. Monísimas. Arregladísimas. Pintadísimas. Depiladísimas. Cuando les planteas para qué tanta belleza femenina llevada al extremo, te dicen que tienen que estar guapas para los ellos. Si me parece muy bien. También a mí me parece que el cuidado físico es importante y es un respeto que le debes a tu pareja, pero que también ellos respondan entonces con los mismos criterios de belleza. Y creo que ahí cambian las cosas: los muchachos no salen de su chándal y sus bambas, y de sus cabezas rapadas. Pues qué injusticia, ¿no?
En fin, con todas estas ideas y otras, regresé a casa dándole vueltas al coco, y nuevamente salió el tema el domingo por la mañana. Fui a desayunar a casa de la vecina y se empezó a quejar porque su novio se había ido de casa temprano y se despreocupaba de pasar tiempo con ella el único día que tenían libre los dos. Se iba a la casa de apuestas a ver el fútbol y a dejarse unos cuantos dinares, como casi cada hombre en este país (siento las generalizaciones, pero reconoced que la mayoría son así). Cuando le empecé a plantear por qué no me gustan la mayoría de hombres de este país, me dio razón y me dijo que el problema venía de la educación que habían recibido en casa. Ellos, servidos y ellas, a servir. Como en España hace unos años. Pero yo me niego, señores. Sé que hay otras realidades y no estoy dispuesta a aceptar esta realidad (hay quien se salva, ya lo he dicho, pero pocos, poquíssssssimos. Además, suelen ser bastante mayores que yo, curiosamente). Todo este discurso vino porque la vecina andaba quemada por haber tenido que limpiar la casa sola por la mañana mientras él andaba de turné. Y yo me preguntó: ¿Y por qué no limpiarla entre los dos y después irse ambos a divertirse, juntos o por separado? Con lo fácil y cómodo que sería…
Para continuar con el tema, ayer por la tarde-noche salí con un amigo a tomar algo y curiosamente, volvió a surgir el tema. Me decía que como mujer tenía que hacerme respetar: que los tíos fueran educados conmigo, que me abrieran la puerta, etc, etc. etc. Estoy harta de escuchar el mismo discurso todo el tiempo. Estoy harta de que los roles hombre-mujer estén tan sumamente marcados, tan definidos (mal, a mí entender) y que les cueste tanto verlo.
Por ejemplo, el fin de semana pasado estuve en Subotica y me alojé en casa de la hermana de mi amiga Tatjana. Jelena, que así es como se llama, se acaba de mudar a un piso con su novio. Es enfermera y tiene mi edad: 25. El novio, 23. Los dos trabajan. Llegamos juntos a casa, después de que nos recogieran en la estación de autobuses, y él se fue directo al sofá. Nosotras a la cocina. Preparamos todo para cenar. A la mesa nos sentamos el chico y yo (la invitada). Tatjana se unió minutos más tarde, pero su hermana no lo hizo hasta que todos terminamos de comer y, por supuesto, se tomó los restos de sopa y un poco de pan con ajvar que también había quedado. Yo me sentía faltal e insistí en repetidas ocasiones en que se sentara a comer con nosotros, pero me dijo que no, que ella era la anfitriona. Jolines, ¿y él? Él también, y allí que estaba zampándose la cena, tan tranquilo. Ya sé que son costumbres de un país, pero… me ponen negra, negra, negra.
Y a poco que se me ocurra quejarme o plantear mi visión, soy una feminista de mucho cuidado. ¡Yo! ¡Justamente yo! Es cierto que defiendo a la mujer, pero creo que no le doy más. Simplemente busco igualdad. Creo que trae mayor felicidad para todos y, a la larga, evita resignaciones de pareja y mucho quemazón. No quiero estar echando chispas como la vecina constantemente… Y si no eres feminista, eres “a really smart ass”. O sea, que la mujer por naturaleza, tonta. ¿Será posible...? Y después no quieren que los tildes de machistas.