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miércoles, 8 de agosto de 2007

Un agosto un tanto extraño

Hace días que no escribo. La inspiración me tiene abandonada y en estos momentos en realidad el que me puede es el aburrimiento. Hace días que vivo en una relajación absoluta, servida como en los mejores hoteles, sin queja alguna. Durante muchos momentos de este duro año he deseado y soñado momentos como este. Pero también es verdad que tanta tranquilidad, tanta evasión del mundo, me supera en ciertos momentos. Creo que no estoy echa para vivir mucho tiempo en contextos como estos. Por lo menos, de momento.

A veces intento buscar actividades diferentes, pero supongo que es el llevar fuera tantos años lo que me ha atrofiado esa parte de la memoria que me debería permitir recordar a qué lugares solía ir para divertirme, para pasar las tardes de verano, qué cosas me interesaban de estos lares... Si por las mañanas recurro a paseos por la playa y a leer el periódico, por las tardes me refugio en las páginas del clásico moderno de la literatura japonesa (Tòquio blues) y en algún café con amigas o con mi madre, en escapadas a Dénia, en cenas en familia, en o algún concierto... Estos días reviso a menudo La guía cultural de la Marina o las páginas de turismo de los pueblos del alrededor. En general, fiestas populares y algún que otro concierto que no está mal. Como el de anoche, en Xàbia: Jazztribe, un sexteto neoyorquino que me gustó bastante, sobre todo, su saxofonista. Tocaba, tocaba y tocaba, emocionado. Seguía tocando, y mientras me pregunté una y otra vez cuándo respiraba aquel señor, que no era precisamente joven, pero que debía tener unos pulmones de bebé. ¡Qué barbaridad! ¡Qué resistencia! ¡Qué senectud tan bien llevada! Se notaba que vivía para el saxo; que éste le daba la vida. La cuestión es que lo que más me alegró a mí de la noche no fue descubrir aquel saxofonista, sino ir acompañada de mis padres. Hacía años que no asistíamos juntos a un evento semejante, y la verdad es que me sorprendió y me lo disfruté.

Es posible que sea el ritmo de vida de Belgrado (donde es más que obvio salir los fines de semana, aunque no resulta para nada extraño tener también plan el lunes, el martes, el miércoles y el jueves), el que me haya acostumbrado a salir en muchas ocasiones, bien a tomar una cerveza, a dar un paseo, a charlar, a un concierto... Pero vivir aquí implica un ritmo de vida muy diferente. A la mayoría de mis amigos del pueblo les resultaría extraño que un día como hoy los llamara para proponerles que fuéramos a tomar una cerveza. Y a mí se me hace extraño estar en casa, acostarme antes de las 12 de la noche. En ese aspecto, no echo para nada de menos mi vida en lo que mi padre denomina "la millor terreta del món", palabras que tienen algo de cierto, pero que también son más que discutibles.

A todos estos factores personales hay que añadir la climatología que está acomapañando. Hace ya veranos que los escasos días que me dejo ver por este rincón mediterráneo suelen abundar los nubarrones en el cielo. Parece ser que el sol se resiste a mostrárseme y a achicharrar, que era a lo que yo creía que venía y que en el fondo es lo que me hace sentir que es verano. Ese ambiente cálido que echo de menos me hace recordar aquellos años en los que julio y agosto los pasaba en la casita de la playa con mi abuela, aquellos años en que después de comer el calor era agotador y jugábamos a cabañas debajo de la mesa del comedor o dormíamos la siesta echadas en el suelo. Más tarde, cuando los "mayores" creían que ya eran horas prudenciales de salir a la calle, los pasos eran los mismos casi cada día: toalla en mano, cubo, rastrillo, paleta, y a la playa hasta que cayera el sol. Entonces, ducha y cena. Y por la noche, travesuras en el barrio con las bicicletas o a pie. ¡Qué tiempos!

Esta tarde, en un afán por salir de casa y respirar ese olor a salitre que después echo de menos, he ido a la playa para dar un paseo y no he encontrado más que un arenal desierto. No había absolutamente nadie. Sólo he encontrado un mar revuelto y una tormenta que se aproximaba por levante. Más que un día de principios de agosto, parecía un día de comienzos de septiembre de unos años atrás, cuando las primeras gotas de lluvía que inundaban el ambiente de aquel olor de tierra mojada, que nunca soporté, indicaban que las vacaciones estaban a punto de llegar a su fin y el colegio, a la vuelta de la esquina. Esta tarde, como en aquellos días pasados de septiembre, me he tenido que retirar a los diez minutos a causa de la lluvia, que ha empezado suave pero amenazaba con fuerza. Como el sueño que poco a poco me invade. Bona nit.

jueves, 29 de marzo de 2007

De azul casi negro a naranja rojo casi claro

Hacía tiempo, años diría yo, que no oía diluviar como he oido diluviar esta noche. Hacía mucho tiempo que no vivía en una casa donde se escuchase la lluvia y la sensación es relajante a más no poder. Me he dado cuenta de que la echaba de menos. A pesar de que estos días ha llovido constantemente, anoche empezó a llover con una constancia y cantidades considerables, casi hasta sorprendentes, y ha durado hasta hoy a mediodía. Esta mañana he intentado ir a hacer un par de cosas al pueblo, pero ha sido imposible: sin coche, con viento y con lluvia he preferido quedarme en casa para evitar volver empapada y acabar pillando algún resfriado, siempre matador en estas épocas del año. La cuestión es que ya daba por perdidos mis días en casa, que han sido de eso, "de estar en casa", porque el tiempo no ha ayudado a nada a llevar a cabo mis planes de paseo y playa a los que venía dispuesta. Sin embargo, esta tarde-noche, alrededor de las 7, ya cuando el día se despedía, se ha desencapotado el cielo y ha terminado saliendo el sol y saliendo a dar un paseo hemos terminado mi madre y yo. El resultado, éste: