
Cuatro horas más tarde cuento lo que ha sucedido: evidentemente, hemos tenido la tormenta "encima". Ha sido un señor tormentón y lo que es peor (o mejor, según se mire): justo cuando estábamos en la pausa, sobre las 20:10, se ha ido la luz. De repente, se ha oído un grito unánime de sustillo y alegría procedente de todas las clases. Me recordó a los viejos tiempos del colegio, en aquellos días grises y de gota fría en los que me encantaba que se fuera la luz, aunque en realidad fueron pocos. Pero si hoy los alumnos se han alegrado, os aseguro que los profesores más :) De repente, hemos salido todos a pasearnos por los pasillos y nos hemos dedicado a comprobar si era un fallo del centro o un apagón general. Afortunadamente, se ha dado la segunda situación (me acaba de explicar la vecina que ABSOLUTAMENTE TODA la ciudad, que tiene 2 millones y una extensión como Valencia, se ha quedado a oscuras. A mí este dato me ha sorprendido pero parece que a ellos no. Y ante mi reacción me han dicho “En la guerra era así o peor”. Claro… Inocente de mí). Pero lo mejor de la tarde ha llegado cuando he regresado a mi clase para conversar un rato con los estudiantes mientras esperábamos la luz y ha llegado Núria, otra profesora, acalorada preguntándome si sabía dónde estaba Sandra, la jefa de estudios: "No, pero la buscamos. Que, ¿qué pasa?" "Que Ana se ha quedado encerrada en el ascensor". Ana es otra profesora a la que le acaban sucediendo las historias más surrealistas que os podáis imaginar. Si yo al principio dudaba de la veracidad de muchas de ellas, muestras tengo ya de que no lo debo hacer
